LA REINA DE LOS CARIBES - EMILIO SALGARI
CAPÍTULO I
EL CORSARIO NEGRO
El mar Caribe, en plena tormenta, mugía furioso lanzando verdaderas montañas de agua contra los muelles de Puerto-Limón y las playas de Nicaragua y de Costa Rica.
El astro del día, rojo como un disco de cobre, sólo proyectaba pálidos rayos.
No llovía; pero las cataratas del cielo no debían de tardar en abrirse.
Tan sólo algunos pescadores y algunos soldados de la pequeña guarnición española se habían atrevido a permanecer en la playa.
Un motivo, sin duda muy grave, los obligaba a estar en acecho. Hacía algunas horas que había sido señalada una nave en la línea del horizonte, y por la dirección de su velamen, parecía tener intención de buscar un refugio en la pequeña bahía.
Cualquier nave que viniese de alta mar producía una viva emoción en las poblaciones españolas de las colonias del golfo de México.
Bastaba que se notase algo sospechoso en las maniobras de las naves que arribaban, para que las mujeres y los niños corrieran a encerrarse en sus casas y los hombres se armaran precipitadamente.
Si la bandera era española, la saludaban con estrepitosas vivas, celebrando el raro caso de haber esquivado los cruceros de los corsarios.
Los desmanes y saqueos llevados a cabo por Pedro el Grande, Brazo de Hierro, John Davis, Montbar, el Corsario Negro y sus hermanos el Rojo y el Verde y el Olonés, habían sembrado el pánico en todas las colonias del golfo.
Viendo aparecer aquella nave, los pocos habitantes que se habían detenido en la playa a contemplar la furia del mar habían renunciado a la idea de volver a sus casas, no sabiendo aún si tenían que habérselas con algún velero español o con algún osado filibustero.
Viva inquietud se reflejaba en el rostro de todos, tanto pescadores como soldados.
-¡Nuestra Señora del Pilar nos proteja- decía un viejo marinero, moreno como un mestizo y asaz barbudo-; pero, os digo, amigos, que esa nave no es de las nuestras! ¿Quién se atrevería con semejante tormenta a empeñar tal lucha a tanta distancia del puerto, si no fuese tripulada por los hijos del Diablo, esos bandidos de las Tortugas?
-¿Estáis seguro de que se dirige hacia aquí? -preguntó un sargento que estaba en un grupo de soldados.
-Segurísimo, señor Vasco. ¡Mirad! Ha dado una bordada hacia el Cabo Blanco, y ahora se prepara a volver sobre sus pasos.
(118 páginas - idioma: español)
https://issuu.com/repolidoblaz/docs/la_reina_de_los_caribes_-_emilio_sa
CAPÍTULO I
EL CORSARIO NEGRO
El mar Caribe, en plena tormenta, mugía furioso lanzando verdaderas montañas de agua contra los muelles de Puerto-Limón y las playas de Nicaragua y de Costa Rica.
El astro del día, rojo como un disco de cobre, sólo proyectaba pálidos rayos.
No llovía; pero las cataratas del cielo no debían de tardar en abrirse.
Tan sólo algunos pescadores y algunos soldados de la pequeña guarnición española se habían atrevido a permanecer en la playa.
Un motivo, sin duda muy grave, los obligaba a estar en acecho. Hacía algunas horas que había sido señalada una nave en la línea del horizonte, y por la dirección de su velamen, parecía tener intención de buscar un refugio en la pequeña bahía.
Cualquier nave que viniese de alta mar producía una viva emoción en las poblaciones españolas de las colonias del golfo de México.
Bastaba que se notase algo sospechoso en las maniobras de las naves que arribaban, para que las mujeres y los niños corrieran a encerrarse en sus casas y los hombres se armaran precipitadamente.
Si la bandera era española, la saludaban con estrepitosas vivas, celebrando el raro caso de haber esquivado los cruceros de los corsarios.
Los desmanes y saqueos llevados a cabo por Pedro el Grande, Brazo de Hierro, John Davis, Montbar, el Corsario Negro y sus hermanos el Rojo y el Verde y el Olonés, habían sembrado el pánico en todas las colonias del golfo.
Viendo aparecer aquella nave, los pocos habitantes que se habían detenido en la playa a contemplar la furia del mar habían renunciado a la idea de volver a sus casas, no sabiendo aún si tenían que habérselas con algún velero español o con algún osado filibustero.
Viva inquietud se reflejaba en el rostro de todos, tanto pescadores como soldados.
-¡Nuestra Señora del Pilar nos proteja- decía un viejo marinero, moreno como un mestizo y asaz barbudo-; pero, os digo, amigos, que esa nave no es de las nuestras! ¿Quién se atrevería con semejante tormenta a empeñar tal lucha a tanta distancia del puerto, si no fuese tripulada por los hijos del Diablo, esos bandidos de las Tortugas?
-¿Estáis seguro de que se dirige hacia aquí? -preguntó un sargento que estaba en un grupo de soldados.
-Segurísimo, señor Vasco. ¡Mirad! Ha dado una bordada hacia el Cabo Blanco, y ahora se prepara a volver sobre sus pasos.
(118 páginas - idioma: español)
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